VERBIS NOSTRIS

Por: Daniel Yupanqui A.

QUE NO SEA SOLO UN CAMBIO DE (D)AÑO

Queridos lectores: Así como yo, creo que ustedes también han esperado demasiado para celebrar de manera diferente la Navidad y el Año Nuevo. Han pasado cinco meses desde que escribí el artículo PARA QUITARSE EL SOMBRERO (ANTES DE ENTRAR), el mismo que estaba contextualizado en la reciente elección de Pedro Castillo como presidente. Me dedicaré, entonces, a confrontar lo que dije en esa última semana de julio del 2021 con lo que he podido ver hasta ahora.

Primero, advertí que el éxito del nuevo gobierno iba a depender más de lo que hiciera con el poder que de la popularidad de la cual gozaba. Me reafirmo en lo dicho: como nunca llegamos a conocer profundamente el plan de gobierno de la administración entrante, lo único que nos quedaba era «imaginar lo peor». ¿Cómo vamos a analizar, apoyar o criticar la posible ejecución de un plan de trabajo del cual solo seguimos conociendo la quinta parte?¿Con qué parámetros vamos a medir su eficiencia y su eficacia? ¿Con los parámetros de desarrollo que tuvo el Perú de 1821, de 1921, de los años 70, del 2001?

Claro, algunos van a sostener que yo exagero porque recién vamos cinco meses. Pero no es que recién vayamos cinco meses y nos queden todavía cuatro años y fracción…es que, a lo anterior, desde que empezó la crisis política y económica con la desaceleración, ya hemos perdido más de cinco años. No somos un país mágico que nace cada quinquenio: no nos comamos esa mentira… no es un panetón. El éxito de este gobierno entonces, no se puede medir por la forma en que ha ejercido el poder.

Sin embargo, tampoco se puede medir por el apoyo de la población. La gestión del profesor Castillo ya fracasó en ese sentido pues no cuenta, siquiera, con el respaldo del voto prestado en segunda vuelta.

Segundo, considero que la población ya le dio el sereno beneficio de la duda durante un tiempo prudencial, comenzando por esas semanas que tuvo el presidente para estudiar (¿?) y elegir un gabinete ministerial decente y sin discursos contradictorios permanentes (con un currículum vitae profesional, no con un prontuario) mientras duraba el conteo de votos y el proceso de transferencia.

Lamentablemente, esas muestras de negligencia, ineptitud y lentitud en los primeros cinco meses del gobierno de Perú Libre han terminado con la poca confianza que se podía utilizar como capital político. Peor aún: no solo se ha creado un clima de inestabilidad e incertidumbre que ha hecho subir el precio del dólar y los precios de la canasta básica familiar, sino que también nos hemos retrasado más en varios sectores claves como:

  • La atención de la población que sufre enfermedades distintas del Covid-19
  • La educación formal (está pendiente el regreso a clases semipresenciales en la mayoría de centros de estudio)
  • La seguridad Interna (se vuelve a notar un preocupante incremento de la delincuencia)
  • La minería (se ha puesto en peligro, inclusive, la inversión privada y, con ello, varias fuentes de empleo)

     Tercer y último punto: considero que sí fue posible una postura objetiva para la crítica por parte de algunos periodistas y usuarios de las redes sociales, quienes no se dejaron llevar por la «victimización» de los cínicos corruptos. Sí hubo, más bien, un comportamiento proactivo para el cumplimiento de los deberes ciudadanos, aunque no en el nivel óptimo y con las motivaciones de fondo que hubiésemos esperado de una población sensata o madura («Me vacuno por mi salud y la de mi familia» Vs «Me vacuno para que me dejen entrar al estadio a ver el partido de Clasificatorias o para irme de paseo»).

Sí se alcanzó, también, una actitud vigilante con el comportamiento de los otros dos poderes para que sigan realmente las leyes y preserven la democracia. Se censuraron a los ministros que debían censurarse y renunciaron por presión los que debían renunciar.

Claro, no faltaron los excesos verbales y el choque de fuerzas entre el Congreso y el Ejecutivo (Vacancia Vs Disolución). Y todavía siguen ahí, como el juego de las vencidas con las manos.

A pesar de todo eso… y quizás por eso mismo, les deseo a todos un mejor año con menos daño.

Por. Daniel Yupanqui A.

Editor de la web

PARA QUITARSE EL SOMBRERO (ANTES DE ENTRAR)

     Como tantos peruanos de a pie, yo también he estado viendo la telenovela de la elección presidencial  pero todavía no sé qué va a pasar después (¿De verdad que ya terminó?). En lo que respecta al suspenso, es la mejor producción nacional que se ha hecho hasta ahora.

     Dejando las ironías a un lado, me dedicaré a presentar este humilde artículo. Para todos es sabido que la ambigüedad es mal vista en los textos científicos pero bien ponderada en los literarios. Intuyo que en los de talante periodístico se aceptan con cierta reserva. Fiel a mi costumbre, he tratado de empezar con una expresión de carácter límbico. De hecho, si bien “para quitarse el sombrero” es una frase de encomio ante algo que nos parece digno de aplauso (como ganar una elección presidencial, por ejemplo). El agregado (“antes de entrar”) busca descender el tono halagador del título y, más bien, llamar la atención de la función básica de un sombrero: cubrir la cabeza para protegerse del viento, del sol o de todo aquello que signifique una incomodidad. Si vamos a entrar a un recinto físico que nos protege (el Palacio del Gobierno, para seguir la analogía), ya no tiene sentido seguir usando el sombrero, ¿cierto? Sin embargo, tengo la sospecha de que persiste el uso de un sombrero simbólico del cual nos deberíamos preocupar más, y lo haré saber al final de este artículo. Por mientras, les dejo estas tres reflexiones.

      En primer lugar, el éxito del nuevo gobierno dependerá más de lo que haga con el poder (empezando con aplicar eficiente y eficazmente un plan de gobierno del cual solo conocemos menos de la quinta parte) que de la popularidad de la cual ahora goza (y que corresponde realmente a la obtenida en la primera vuelta, los demás votos son prestados).

     En segundo lugar, la población debe hacer un esfuerzo por no fantasear el futuro. No se trata de ver al candidato proclamado presidente como un mesías sin pecado original que nos sacará en cinco años del subdesarrollo pero tampoco como el inicio del fin… o el comienzo del caos. Así no se avanza, se retrocede hasta la Antigüedad. Démosle el sereno beneficio de la duda durante un tiempo prudencial: si no podemos ayudar a manejar el timón, por lo menos no le hagamos agujeros al barco.

     En tercer y último lugar, es hora de que maduremos y empecemos a colaborar, realmente, con el desarrollo del país. Me explico: no creo que sea imposible tener una postura objetiva para la crítica como periodistas y usuarios de las redes sociales; tampoco me parece tan ilusorio esperar un comportamiento proactivo para el cumplimiento de los deberes ciudadanos (ya está sucediendo con la vacunación contra el COVID-19); ni mucho menos creo que sea inalcanzable – en tiempos de avance tecnológico y globalización mediática – una actitud vigilante con el comportamiento de los otros dos poderes para que sigan realmente las leyes y preserven la democracia. Por cierto, recordando lo que tristemente pasó en el periodo 2016-2021, esto último no es un petitorio para que tanto el Ejecutivo, el Congreso como el Poder Judicial abandonen su papel de contribuir con el equilibrio democrático de fuerzas so pretexto de respetar la autonomía, sino más bien un llamado de alerta con el fin de evitar otro intento de aprovechamiento en perjuicio de la población.

     Si nos ponemos a pensar y a revisar la historia republicana, las crisis por las que ha atravesado el Perú no han dejado de ser asombrosamente cíclicas y, por lo tanto, dolorosamente repetitivas. Echarle la culpa al otro de todo lo malo que ocurrió y de todo lo que no se hizo nos mantiene siempre en la zona de comfort: el pueblo es la víctima.

    Queridos seguidores (no sé cuántos perderé después de este artículo), lamento informarles que el pueblo no es la víctima,  es el coprotagonista de esta tragicomedia que se ha venido repitiendo en los últimos treinta años por no elegir bien. Hay tres razones para ello, y lo peor de todo es no son necesariamente excluyentes: por ingenuidad (generada por la ignorancia), por ambición (liderada por ciertos antivalores) y/o por miedo (llevado por los prejuicios). En cualquiera de tales motivos, ha pasado que – tiempo después -nos cubrimos con el sombrero de la victimización y nos desprendemos de la cuota de responsabilidad que nos corresponde… Empezamos de cero, como si nada hubiera pasado.  Eso no puede seguir así, me parece.

     Utilicemos este 28 de Julio del 2021 como un hito para cambiar la historia política y moral del Perú, para construir un mejor país. Por último, si no nos alcanza tiempo en este siglo, por lo menos dejemos los cimientos listos para el tricentenario.

TOLERANCIA 2.0

Por: Daniel Yupanqui A.

En los últimos años, observamos una fuerte polarización en la población, la misma que se refleja en distintas materias o ámbitos: económico, político, deportivo, etcétera. Junto con esta, una incapacidad para dialogar con el otro que piensa, siente o prefiere algo distinto u opuesto. Consideramos que la tolerancia es un valor que hace falta desarrollar y poner en práctica para lograr una sociedad cuyos miembros puedan vivir en paz. En las siguientes líneas fundamentaré mi postura, señalando la necesidad de una convivencia pacífica y cómo la práctica de la tolerancia abre un camino para ello.

En primer lugar, la violencia que vemos a diario tiene, entre sus múltiples factores, la incapacidad para resolver conflictos de manera pacífica. Descartando una situación de abuso y agresión producto de problemas que escapan de nuestras manos y que requieren de especialistas (psicólogos, abogados, policías o agentes del orden, etcétera), los demás problemas necesitan ser solucionados por nosotros mismos y a corto plazo para que no se acumule en estos una energía negativa que, a la larga, se vuelva inmanejable (para cualquiera de las partes).

En segundo lugar, la solución a este tipo de problemas no solo requiere de voluntad, diálogo e inteligencia, también requiere de tolerancia.

La tolerancia, según la RAE, es el respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias. En este sentido, urge pensar que la tolerancia debe ser practicada no solo por uno de los sujetos o grupos que defienden una postura o un derecho, sino por «el otro» también. Si cada persona o grupo no toma en cuenta o no considera – al menos en grado mínimo – el requerimiento del otro, y en ese sentido amplio se debe entender el respeto, jamás se podrá conseguir un acuerdo satisfactorio.

En tercer lugar, la práctica de la tolerancia como vía de solución a los conflictos significa mucho más que «dejar hablar» al otro. Se relaciona también con el desprendimiento inteligente para negociar y con la capacidad de diálogo o intercambio de razones («dia» significa dos; «logo», razón), razones que pueden ser de diferentes colores, de modo que debamos quedarnos al final, para vivir en paz,  con el color celeste y no siempre con el azul que pretendíamos (o el blanco que proponía nuestro interlocutor). Sin embargo, de nada servirá la inteligencia y el diálogo si después de llegar a un acuerdo nos despedimos con una actitud de victimización, crítica rencorosa o mirada amenazante hacia el otro. Entonces, eso quiere decir que no hay una verdadera voluntad de una conciliación y ese acuerdo o pacto (de palabra o firma) es muy débil, muy frágil. Hay que poner de nuestra parte.

En conclusión, si nos decidimos a practicar la tolerancia con todo lo que ello conlleva o se asocia (inteligencia, diálogo y voluntad), podremos contribuir a la solución de conflictos y a la construcción de un clima de convivencia pacífica con nuestros semejantes.

(*) Editor del blog. Docente, escritor y corrector de estilo.

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